FRENTE A FRENTE

miércoles, 9 de septiembre de 2009

EL AUTOENGAÑO



"Se puede decir que ninguna teoría ha resuelto completamente el problema del autoengaño, que, a mi parecer, es la prueba fundamental que tiene que pasar toda teoría de la naturaleza humana".
- Jon Elster
En 30 años de reflexión y 15 libros publicados, este pensador fuera de serie, insólito e insolente, no ha dejado de repetir que “rechazar la realidad constituye el peor de los peligros”.
Exacto. ¿Querer otro mundo? Pero ¿cuál? Ese tipo de idea fija es siempre algo vago. En los militantes, el objetivo perseguido desaparece detrás de la voluntad de tener un objetivo.
Clément Rosset a titulado: “Lo real y su doble” Ensayo sobre la ilusión (Tusquets 1993), que explora nuestra manía de negar lo existente, nuestro hábito de repudiar las consecuencias de nuestros actos. A la puerta del libro, una sentencia rotunda: "nada más frágil que la facultad humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa de lo real".
Vivimos constantemente apartándonos de lo real, huyendo de la verdad. Quizá vemos lo que existe pero rechazamos lo que significa. Tengo prisa y veo que el semáforo está en rojo; cierro los ojos y acelero. El obstáculo me fastidia y por tanto decido ignorarlo lanzándolo al tambo negro de mi inconsciente. Vi pero me engaño pensando que no vi. "Tal es la estructura fundamental de la ilusión: un arte de percibir acertadamente, pero eludiendo las consecuencias". He visto el rojo del semáforo pero esquivo la orden que me impone.
El atractivo del autoengaño es su diferencia de la ignorancia. Es sabido que vamos por el mundo ignorando muchas cosas. Olvido esa piedra con la que vuelvo a tropezar, no tengo vista para detectar el microbio que me enferma, desconozco lo que significa algún ruido del coche, no tengo idea de cómo se arregla esa fuga de agua. El autoengaño también se distingue del error: creo que la gasolina me alcanza para llegar a casa, pensaba que mi chiste le resultaría gracioso, creía que el colesterol era malo para la salud, mande un mail que yo solo lo entendía, le preste dinero a un amigo que ya sabia que me iba a joder.
Pero el autoengaño es una cosa bien distinta: es desconocimiento voluntario, es una disposición a ignorar lo inconveniente, ganas de pasar por alto lo indeseable, voluntad de rechazar lo sabido. He visto el semáforo y de inmediato he negado el informe del ojo. No había árbol que obstruyera mi visión, no padezco daltonismo, no estaba distraído viendo al espejo: me percaté de la luz roja pero decidí ignorarla, convenciéndome que jamás la vi. Aceleré. Será humano hacerse ilusiones pero en política hay un particular propensión al autoengaño. La historia muestra que las ideas y las acciones políticas tienen una extraordinaria capacidad de resistir la experiencia, para ignorar conscientemente lo que se sabe, para pasar por alto las advertencias de la realidad.
Si se tiene prisa, bien vale hacer como que no se ha visto el semáforo y pisar el acelerador.
Como lo hicieron antes otros célebres escépticos –Montaigne, Spinoza y Schopenhauer, Rosset recuerda que la realidad no tiene “afueras”; que nadie puede ser salvado por el más allá; que la realidad es lo que es –ni doble, ni bella, ni fea y no es otra cosa.
Con un lenguaje claro y conciso, con humor e imaginación, cada uno de sus libros es una defensa, una ilustración de la tautología, ese enunciado que afirma únicamente que "A es A" y que muchos consideran un pensamiento sin sentido. Clément Rosset considera, por el contrario, que esa constatación repetitiva es el núcleo de la filosofía. Discípulo admirativo del griego Heráclito (572-448 a.C.), Rosset trata de seguir al pie de la letra la máxima del gran presocrático: "Hay que decir y pensar lo que es, pues lo que existe, existe. Y lo que no, no existe".
El "doble", como la moral, es una forma de negar la realidad o de negar lo trágico. Son dos aspectos de un mismo problema. El "doble" es la ilusión. Cada vez que la realidad es incómoda o insoportable, el hombre pone en marcha su imaginación, extraordinariamente fértil, que le permite crear un "doble". Esa suerte de espejismo esconde lo que la realidad tiene de intolerable, de crudo. La moral fue siempre una forma de decir lo que debe ser y, sobre todo, de burlarse de lo que es. Ese "doble" adquiere todas las formas imaginables: desde la del amante engañado que se persuade de que su pareja es casta, pasando por el metafísico que demuestra que la verdad está siempre "más allá", hasta el altermundialista para quien "otro mundo es posible".
-Cioran decía "denme otro mundo porque me ahogo". El altermundialista también se asfixiaría en ese otro mundo que no cesa de invocar. Si ese ideal (el otro mundo) llegara a existir, los idealistas le reprocharían de inmediato haberse desnaturalizado, haberse transformado en su propia caricatura. El fracaso del comunismo no se debe tanto a una mala interpretación de los textos de Marx como a la inevitable corrupción de toda utopía a partir del momento en que pretende materializarse. Se puede tratar, pero nunca funcionará. El ideal debe, por definición, permanecer fuera de alcance, a riesgo de no ser más que realidad. Es lo que explica por qué toda doctrina que persigue la salvación incluye, como condición paradójica de su eficacia, la idea de que esa salvación debe no llegar nunca. Así lo muestra, en particular, la llegada del Mesías en la religión judía.


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